Eran las ocho de la tarde
y yo aún no había preparado mi alegato para
el día siguiente. Estaba fascinado por la experiencia de aquel antiguo guerrero
de la abogacía que había cambiado radicalmente de vida después de convivir y
estudiar con aquellos sabios maravillosos del Himalaya.
¡Qué extraordinaria
transformación! Me pregunté si los secretos aprendidos por Julián en aquel
remoto rincón de la India podrían también elevar la calidad de mi vida y colmar
mi propia sensación de estupor ante el mundo en que vivimos. Cuanto más
escuchaba a Julián, más me daba cuenta de que mi alma se había ido oxidando.
¿Qué había sido de aquel increíble apasionamiento con que yo lo abordaba todo cuando
era más joven? Entonces hasta la cosa más sencilla me llenaba de alegría. Tal
vez había llegado la hora de reinventar mi destino.
Notando mi fascinación por
su odisea y mi ansia de aprender el método de la vida esclarecida que los
sabios le habían transmitido, Julián aceleró el ritmo de su relato. Me explicó
que su deseo de saber, sumado a su inteligencia (pulida en muchos años de
batallas en los tribunales), le había ganado el respeto de la comunidad de Sivana.
Como muestra de su afecto hacia Julián, los monjes le habían hecho miembro honorario
de su grupo y le trataban como parte integrante de la extensa familia.
Tras hacer
una pausa como para expresar incredulidad ante su propia narración, Julián se
puso filosófico:
–Me he dado
cuenta de algo muy importante, John. El mundo, y en eso incluyo mi mundo
interior, es un lugar muy especial. También he visto que el éxito externo no
significa nada a no ser que tengas éxito interno. Hay una enorme diferencia
entre el beneficio y el bienestar.
Cuando yo
era un importante abogado, solía mofarme de todas las personas que trabajaban
para mejorar su vida interior y exterior. ¡Vive la vida!, solía pensar. Pero he
aprendido que el autocontrol y el cuidado de la propia mente, cuerpo y alma son
esenciales para encontrar el yo elevado de cada uno y para vivir la vida de
nuestros sueños. ¿Cómo ocuparse de los demás si uno no se ocupa de sí mismo?
¿Cómo hacer el bien si ni siquiera te sientes bien? No puedo amar si no sé
amarme a mí mismo.
Fiel a su
palabra, Julián se presentó en mi casa al día siguiente, a las siete, y llamó
con cuatro golpes rápidos en la puerta. Mi casa es un edificio a la moda con
espantosas persianas rosas que, según mi mujer, recordaban las casas que salían
en Architectural Design. Julián tenía un aspecto radicalmente distinto al del
día anterior. Todavía se le veía radiante de salud y exudando una increíble
sensación de calma interior. Pero lo que llevaba me inquietó un poco.
Venga,
Julián. No me tomes más el pelo. Todo esto empieza a parecerse a una de tus
bromas. Apuesto que has alquilado la túnica en la tienda de disfraces que hay
en frente de mi oficina. Julián reaccionó al punto, como si ya hubiera esperado
que no le creyera.
Mira las
pruebas que yo aporto. Mira mi cara, sin una sola arruga.
Mira mi
físico. ¿Notas la abundancia de energía que hay en mí? Mira mi tranquilidad.
Seguro que notas que he cambiado. No le faltaba razón. Este hombre, apenas unos
años atrás, parecía dos décadas más viejo.
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